Argumentando el caso en favor de Amy Coney Barrett
October 14, 2020 | Published first in Newsweek
Tras la muerte de la juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, Ruth Bader Ginsburg, el presidente Donald Trump anunció que haría una nominación para cubrir la vacante en la Corte Suprema. El líder de la mayoría del Senado, Mitch McDonnell, declaró que habrá audiencias de confirmación y una votación sobre el(la) nominado(a) en el Senado.
El presidente prometió una candidata conservadora que promete interpretar la Constitución y sus estipulaciones de manera fiel al significado público original del texto. Esa mujer es la jueza Amy Coney Barrett.
Los criterios familiares y ampliamente aceptados para evaluar a los nominados son su carácter, temperamento, intelecto, experiencia y filosofía judicial. Según esos criterios, la nominada jueza de la Corte de Apelaciones de los Estados Unidos Amy Coney Barrett luce inexpugnable, probablemente invencible.
Nadie duda de la inteligencia del juez Barrett. Ella es una destacada académica legal que se graduó primera en su clase de la Facultad de Derecho de la Universidad de Notre Dame, y ha enseñado y continúa enseñando en su alma mater. Tras completar su educación legal, trabajó como asistente judicial en la Corte Suprema de los Estados Unidos, para el juez Antonin Scalia, donde incluso aquellos de sus compañeros asistentes judiciales cuyas creencias políticas eran contrarias a las de ella la admiraban. Uno de ellos, el distinguido profesor de la Facultad de Derecho de Harvard, Noah Feldman, la describió como “una abogada brillante”.
Al seleccionar a sus asistentes judiciales, el juez Scalia se destacó por dos cosas: elegir sólo a los graduados recientes de la facultad de derecho más destacados intelectualmente e incluir en cada clase de cuatro asistentes a un “abogado del diablo” que no compartía sus opiniones políticas y jurisprudenciales.
Amy Barrett no era la “abogada del diablo”. Ella es conservadora. Por esa razón, muchos en el lado progresista de la política estadounidense se opondrán a ella a pesar de su brillantez. Por supuesto, se opondrían a cualquiera nominado por Donald Trump. Y podrían razonar que una persona conservadora brillante sería peor que una menos dotada intelectualmente. Sea como sea, los conservadores ciertamente deberían querer el(la) juez con más altos dones.
Algo que todos los estadounidenses deberían desear en sus jueces es una integridad incuestionable, y la juez Barrett ciertamente llena ese requisito. A lo largo de su carrera como abogada, profesora de derecho y juez ha sido ejemplo de excelencia de carácter y ecuanimidad de temperamento. Como sus dotes intelectuales, estas cualidades no están en disputa.
¿Qué tal la experiencia? Ella tiene tres años de experiencia como juez en funciones, y eso no es mucho. Sin embargo, es más de lo que tenía la mujer del lado progresista de la actual Corte Suprema cuyas cualidades de intelecto y carácter más se parecen a las de ella –la formidable Elena Kagan. La juez Kagan nunca se había desempeñado como juez antes de ser nombrada y confirmada al Tribunal Supremo.
Algo que hace recomendable a la jueza Barrett a los conservadores, y sin duda al presidente, es que, como alguien que todavía está en sus 40 años, podría servir en la Corte Suprema durante varias décadas, dejando así una marca profunda y duradera en nuestra jurisprudencia constitucional.
Otra consideración a su favor es que la juez Barrett aportaría diversidad a la Corte –y al escenario nacional. Ella les recuerda a los jóvenes talentosos de todo el país que no es necesario que ostenten credenciales de universidades que pertenecen a la Liga Ivy para alcanzar las cumbres del éxito profesional. Los ocho actuales jueces de la Corte Suprema los Estados Unidos, poseen títulos de derecho de una de dos, y sólo dos, facultades de derecho: Harvard y Yale. Amy Coney Barrett rompería ese duopolio.
Ella sería solo la segunda mujer republicana en servir en la Corte Suprema y la primera mujer conservadora. Para las jóvenes que aspiran tener éxito en el campo del derecho, o en la medicina –la academia, los medios de comunicación o cualquier otra profesión de élite—Barrett les recuerda que no existe una forma “correcta” de pensar para una mujer. Las mujeres son liberales, como Ruth Bader Ginsburg; moderadas, como Sandra Day O’Connor; y también conservadoras. Eso es algo que todos los campeones que luchan por la independencia de la mujer deberían aplaudir.
La juez Barrett y su esposo tienen siete hijos, entre las edades de 16 y 5 años. Como alguien que se destacó como académica legal y alcanzó la cima de su profesión como juez de la Corte Suprema, Barrett sería un ejemplo para las mujeres que esperan combinar una vida familiar floreciente con vocación profesional. Eso también es algo que todos podemos aplaudir.
Barrett también complicaría las suposiciones sobre el aborto que quienes apoyan el aborto legal, así como quienes no lo apoyan, deberían esperar que sean falsas. Los defensores del acceso al aborto argumentan, con frecuencia con pesar, que es el precio que debemos pagar por la libertad y la igualdad de las mujeres; que es especialmente necesario en caso de “anomalías fetales”; y que a veces sus oponentes, los provida, apenas se preocupan por los niños después de nacer. La juez Barrett cuestiona las tres suposiciones. Sería una respuesta deslumbrante a estas ideas si una supuesta escéptica de Roe v. Wade fuera una madre trabajadora de siete hijos, una madre adoptiva de dos (ambos de Haití), y una orgullosa y devota madre de uno con necesidades especiales.
Es obvio que la juez Barrett no necesita preferencias especiales. En cuanto a carácter, temperamento e intelecto se refiere, ella es lo mejor de lo mejor –de cualquier grupo. Pero al elegir entre lo mejor de lo mejor, los presidentes pueden y deben considerar otras formas en las que un candidato podría contribuir a nuestra vida nacional. Hay una abundancia de ellos aquí.
Cuando la jueza Barrett fue nominada para el cargo judicial que ahora ocupa, fue víctima de intolerancia antirreligiosa, incluso, deplorablemente, de algunos senadores en relación con el proceso de revisión de su confirmación. En un momento dado, la senadora Dianne Feinstein le dijo infamemente a Barrett, hablando de la fe católica de la juez, que “el dogma vive con fuerza dentro de usted”. Los católicos estadounidenses saben exactamente lo que históricamente sugiere y ha sugerido la retórica de este tipo. Esta implica que los católicos son peones del Papa, dispuestos —quizá ansiosos— a imponer las creencias católicas a los demás y que no son aptos para ocupar un cargo en una democracia pluralista.
Barrett también fue difamada por la membresía de su familia en una organización religiosa carismática interreligiosa, la mayoría de cuyos miembros son católicos, lo que fue ridiculizado como un “culto”. De hecho, es un grupo notablemente parecido a otros grupos religiosos carismáticos y pentecostales del país, protestantes y católicos, cuyos miembros se dedican a la oración, el servicio y el apoyo mutuo. Cientos de millones de personas, no solo en los Estados Unidos sino también en África y América Latina, pertenecen a estos grupos.
Una nominación de Barrett, después de una demostración tan grotesca de intolerancia anticatólica y antirreligiosa, podría atravesar una daga en el corazón de lo que se ha llamado “el último prejuicio aceptable entre las élites estadounidenses”. Eso es algo que todas las personas de buena voluntad deben aplaudir.
Robert P. George es el profesor McCormick de Jurisprudencia y director del Programa James Madison de Ideales e Instituciones Estadounidenses en la Universidad de Princeton.
Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivamente las del autor.
Este artículo ha sido traducido por Lucía Báez Luzondo, J.D. para el beneficio de los lectores hispanoparlantes y fue publicado en su versión original en inglés por la revista Newsweek. https://www.newsweek.com/case-amy-coney-barrett-opinion-1534064